Paradójicamente, aunque Sona ha conseguido unirse a una próspera familia, vivirá siempre quejándose por todo, torturada por la rivalidad con sus cuñados y por una suegra arisca, mientras que su hermana Rupa, que no puede tener hijos y cuyo marido, para que llene el vacío de sus días, le permite atender una pequeña tienda, acepta con mejor espíritu la suerte que le ha tocado. La supuesta bendición de los hijos comenzará a torcerse para Sona cuando al llegar éstos a la adolescencia no respondan a las expectativas que sus padres se habían trazado para ellos.