Las personas tienen intimidad, ese «adentro» que las constituye y que está velado a curiosos y extraños. Esa intimidad tiene necesidad de abrirse al otro, de expandirse, de comunicarse y de ser compartida con alguien. La forma de lograrlo es a través de la comunicación. Pero si la comunicación no es escuchada, para nada sirve. Acaso porque nadie escucha, la sociedad actual se ha convertido en «la sociedad de la desconfianza».
A la confianza se llega a través de la escucha. Sin escucha no hay entendimiento ni afecto entre las personas, como tampoco educación o aprendizaje. Sin escucha no hay encuentro ni diálogo, ese tejido humano de que está hecha la sociedad. Sin escucha no hay sociedad ni mercado. Hay sólo aislamiento, individualismo radical, soledad, incomprensión, incapacidad de dar y compartir, es decir, desesperación. La escucha, más allá de ser una necesidad vital, es una actividad que es necesario aprender y ejercitar.