Érase un muchacho de humilde y acuático linaje (la residencia familiar había sido una barcaza hasta la generación anterior) que quería ser músico o pintor y que logró ambas cosas, sobre todo la primera, en grado superlativo: ahora vende sus cuadros a precios absurdos y desde 1975 toca la guitarra en...
Érase un muchacho de humilde y acuático linaje (la residencia familiar había sido una barcaza hasta la generación anterior) que quería ser músico o pintor y que logró ambas cosas, sobre todo la primera, en grado superlativo: ahora vende sus cuadros a precios absurdos y desde 1975 toca la guitarra en la banda de rock más famosa, más longeva y más luciferina del planeta. Ahora, alcanzada una edad en que la mayoría de sus coetáneos saborea la inminencia de una modesta y bien merecida jubilación, el susodicho puede recordar (lo cual es sin duda notable) varias décadas empapadas en cantidades épicas de cerveza y otros líquidos más severos; amenizadas por complacientes señoritas proclives al desnudo y el coito; alegradas por frenéticas orgías en mansiones victorianas o por joviales vandalismos en hoteles de lujo; pulidas en el asiduo roce de príncipes, beodos, estafadores, ministros, artistas, intelectuales y camellos; viajadas en aviones privados y bronceadas al sol de exóticas playas; estupefactas de amor a los humos, píldoras y polvos no recomendados por las autoridades sanitarias; y, claro está, presididas por el (rara vez sosegado) oficio de darle cuerda a la banda más famosa, más longeva y más luciferina del planeta. O sea, el guitarrista Ronald David Wood nos cuenta sus peripecias musicales y extramusicales en compañía de sujetos como Jeff Beck, Rod Stewart, Keith Richards, Mick Jagger, John Lennon, George Harrison, Bob Dylan, Jimi Hendrix, Eric Clapton, Tony Curtis, Bob Marley, John Belushi, Muhammad Ali o Groucho Marx, por citar sólo a algunos de los más conocidos (entre los desconocidos hay personajes no menos estremecedores). El resultado es un incesante catálogo de anécdotas estrambóticas, bochornosas, dramáticas o ridículas narradas, eso sí, con bastante buen humor y sin pelos en la lengua.
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