En menos de veinticuatro horas una virulenta y agresiva enfermedad acaba con la práctica totalidad de la población humana. Miles de millones han muerto. Cientos mueren cada segundo. No hay síntomas ni avisos. Las víctimas de la infección sufren una violenta y dolorosa agonía. Sólo un puñado de personas sobreviven. Pero al final del primer día, estos supervivientes también desearán haber muerto. Porque entonces la enfermedad golpea de nuevo y comienza la verdadera pesadilla.