El añil es, sobre todo, la confirmación de un talento literario insólito, ya reconocido como tal desde su primera obra.
Una novela de amor, pero de amor a la literatura.
Un forastero, William Fairfield se apea un día en la estación de un pequeño pueblo sin nombre. En él habitan, diríase que desde siempre, otros personajes: Azucena, Ventura...
A partir de ese momento, la novela va penetrando, por parcelas, en la memoria de los personajes, en una bella acumulación de geografías coincidentes, un acorde de reflexiones y gestos.
El añil, en definitiva, es un compendio de estructuras reflexivas, ricas y densas, un conjunto de narraciones cerradas sobre sí mismas que van perfilando el estado anímico e intelectual de los personajes y matizando con exquisita minucia las complicidades sociológicas, literarias y musicales que forman parte del bagaje cultural de nuestro siglo.