Si el jurado del XXV Premio La Sonrisa Vertical decidió declarar finalista esta novela, y recomendar su publicación, sin duda se debió a la deliciosa manera en que en ella se entreveran la fantasía sensorial del erotismo y la realidad histórica de la Grecia clásica, los placeres humanos y las leyendas mitológicas del Olimpo, para trazar un fresco que habla a los lectores, sobre todo, de la soledad de la belleza.
Un tribunal ateniense se dispone a juzgar a Nerea, la extranjera, la cortesana, la bella desdeñosa. Mientras la voz del acusador retumba entre la asamblea pidiendo su muerte, Nerea recuerda... ¿Qué delitos ha cometido en realidad? Sus recuerdos se remontan a la lejana isla en la que nació y creció, y donde atisbó por primera vez los misterios del sexo al ver al dios Pan fornicando con una mortal: a partir de ese momento, se sintió tocada por una extraña gracia. Poco después fue apresada por piratas y llevada a Corinto, donde, convertida en esclava, la sabia Mírrina le enseñó el arte de dar placer y la convirtió en una joven refinada. Tanto, que pronto su fama se extendió por toda Grecia: sin duda era la amada de los dioses. Ya en Atenas, se codeó con Critias, Hipócrates, Aristófanes, mas, ay, quien le robó el corazón no fue otro que Alcibíades, el traidor... Cuando la clepsidra que marca el tiempo anuncia que ha de hablar la defensa, Nerea apenas oye nada: sí, era cierto, había conocido el amor de Zeus, de Afrodita y de otros dioses..., pero nadie supo nunca hasta qué punto era cruel ese amor inmortal.