Sin duda, segura de aciertos e innovaciones, como dijo Pablo Neruda, como ha quedado grabado en piedra en la lápida de Pinto en México Distrito Federal. No es novedad hablar del maltrato, no es novedad aunque sea cotidiano, aunque la mujer se siga llevando la peor parte, aunque siga siendo ella la que tiene que huir. No es novedad, y tampoco es la piedra angular de Mercedes Pinto, aunque entonces fuera incluso escandaloso que una mujer hiciera pública una situación doméstica. Ése sólo fue el punto de partida para irse, para correr las aventuras que soñó de niña. Y las mejoró. Infinitamente.
Él, novela dividida en tres capítulos (Invitación al dolor, el prólogo que adjunta; Él..., el desarrollo de la novela; y Plegaria a la luz, el colofón), se publicó por primera vez en Uruguay en el año 1926. La tenía escrita y preparada desde 1923, pero su huida de España bajo la amenaza de expulsión por leer El divorcio como medida higiénica (documento que se adjunta a esta novela) en el paraninfo de la Universidad Central de Madrid ante el príncipe de Baviera, entre otros señores (todos señores), le impidió verla publicada en su país. Ésta fue la consecuencia de su participación en un mitin sanitario: reunión con Primo de Rivera, decepción del dictador, pasaporte para Uruguay, primera parada de su inmenso periplo americano, tan inmenso que duró toda la vida. Las palabras que dijo entonces, como afirma Alicia Llarena, una de las mayores conocedoras de este personaje, siguen teniendo absoluta vigencia casi un siglo después.
En esta primera edición se recogía una aclaración de la autora, que explica los cuatro apéndices que la acompañan, y de los que hemos prescindido en esta edición. Son los siguientes: A guisa de prólogo, del abogado Jaime Torrubiano Ripoll; Ante-libro, del profesor de psiquiatría Santín Carlos Rossi; Epílogo, del doctor Julio Camino Galicia, coronel médico director del Departamento de Alienados Militares en Carabanchel; y Una opinión final, del abogado y poeta Alberto Valero Martín. «Preguntados quedan» aclara Pinto «católicos, ateos, librepensadores...». Tanto sabía que su punto de vista no era el punto de vista que necesitaba refuerzos externos y valorados socialmente.
Por una serie de desafortunadas carambolas, Pinto se casó con Juan de Foronda, abogado y paranoico, hombre triste que buscaba sorber la alegría de su esposa. Y la sorbió. Pero no del todo. En ocasiones dispuesta a la resignación, pues ésa era la recomendación general ante su situación, en ocasiones todavía preguntándose, como en su luna de miel, «¿es esto estar casada?» mientras la camarera de la habitación del hotel le restañaba los golpes, en ocasiones hallando fortaleza de la persona inquieta, valiente, inteligente y posiblemente imprudente que nació en el seno de una familia tinerfeña acomodada, católica y culta. Tras una década de encierros, mordazas, sospechas, puñetazos, amenazas (es terrorífica la parte en la que Él ve en los ojos de su hijo los de su mujer, y le miran mal, y quiere cerrarlos), consigue internarlo en un manicomio, donde le diagnostican paranoia. En la novela Ella, que acompaña a este libro en su lanzamiento a nivel nacional e internacional, se explica con mayor detenimiento ese calvario.
Lo meritorio de este libro, además de lo meritorio de quien lo escribe, que es tanto, es el hallazgo literario de los pequeños fragmentos, cuadros cotidianos en los que traza un retrato certero del estado de su alma, de la de su esposo, de quienes los rodean. Pinceladas en las que las truculencias están ausentes: cuando las palabras están bien escogidas, es innecesaria la sangre para marcar una herida.