La construcción de la escena moderna comenzó como una rebelión contra el teatro naturalista, que había llevado a su perfección formal la traducción escénica del drama burgués. Liberados de la literatura, los creadores del nuevo arte buscaron en los espectáculos populares (el circo, el cabaret, el cine...) modelos para la construcción de una escena capaz de participar activamente en los debates más urgentes. Fue esa eficacia comunicadora del medio escénico la que animó a numerosos artistas de diversas disciplinas a aventurarse sobre los escenarios o bien a incorporarse a equipos interdisciplinares de trabajo. Por todo ello, el teatro de la época de las vanguardias, marcado por la experiencia de la guerra, la revolución y la construcción de democracias utópicas, fue necesariamente un teatro de colaboraciones. En consecuencia, en esta antología no sólo se da la voz a los grandes directores (Fuchs, Reinhardt, Meyerhold, Jessner, Tairov, Vajtangov, Copeau, Piscator, Rivas Cherif...) o a los visionarios que apostaron por una transformación del espcaio y la imagen escénica (craig, Appia, Kiesler, Artaud...), sino también a los creadores de la danza moderna (Loïe Fuller, Isadora Duncan, Jacques-Dalcroze...), artistas plásticos (Kandinsky, Prampolini, Léger, Schwitters, Schlemmer, Moholy-Nagy...), escenógrafos (Leo Bakst, Liubov Popova, Sergei Eisenstein, Georges Pitoëff, Robert Edmond Jones...) y poetas (Valle-Inclán, Maiakovski, Marinetti, Hugo Balla, Apollinaire, Jean Cocteau, García Lorca, Bertolt Brecht...). Todos ellos participaron en un proceso abierto a los intercambios y la comunicación entre los distintos países de cuyo proceso surgiría durante las primeras décadas del siglo XX, la escena moderna europea. Los textos recogidos (acompañados de numerosas notas críticas y fichas biográficas que facilitan su ubicación) dan testimonio del proceso de construcción de la escena moderna, en un momento marcado por el entusiasmo y la confianza en la capacidad del medio escénico para trascender el ámbito de entretenimiento o ilustración literaria e instalarse en el territorio de la creación artística y la agitación. Su relectura no debe inducir a la nostalgia, sino a todo aquello que sus autores sonaron o proyectaron como efecto de sus creaciones: la reflexión, la crítica, la emoción, la diversión, la alegría y, sobre todo, la voluntad de transformación de nuestra realidad histórica.