Para Ramón y Cajal todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro y, convencido de que toda obra grande es el resultado de una gran pasión puesta al servicio de una gran idea, ofrece en los primeros capítulos una serie de consejos y advertencias a los jóvenes estudiantes, tratando de promover su entusiasmo por los trabajos de laboratorio. En los capítulos finales, el investigador analiza los deberes del Estado con la ciencia y sus obligaciones ante la indispensable promoción del científico. El también premio Nobel Severo Ochoa enriquece esta edición con un cálido prólogo donde expresa su admiración por don Santiago y comparte con él la preocupación por el fomento de la investigación científica en nuestro país. Santiago Ramón y Cajal recibió el premio Nobel de Medicina 1906 por sus investigaciones sobre la estructura del sistema nervioso.