Pocas mujeres han tenido tanto poder como Isabel la Católica a lo largo de la Historia. Bajo su reinado, al que llegó por azares del destino y tras su boda con el que sería Fernando el Católico, rey de Aragón, se logró la unión de reinos en sus personas y España alcanzó una relevancia impensable dentro del ámbito europeo. Extendió sus fronteras al conquistar el reino de Granada para terminar la Reconquista y mucho más lejos, allende los mares, para descubrir un nuevo continente de dimensiones inimaginables, con lo cual la Señora pudo añadir a sus súbditos millones de musulmanes y de indios. A lo largo de su reinado, su mano no tembló ante dificultades tanto personales como nacionales, y supo asentar su autoridad en un entorno de hombres, ora otorgando mercedes, ora quitándolas, ora reduciendo por las armas a los levantiscos, ora premiando generosamente a los que con ella estaban; si bien siempre de acuerdo con su egregio esposo y acorde con sus sólidos valores morales. Es esto lo que todos sabemos de la vida de Isabel la Católica, de aquella mujer, austera de modos, que estaba destinada a ser y vivir como la gran soberana que fue. De una mujer que, además de reina, fue amante esposa, preocupada madre, leal amiga y fervorosa sirviente de la religión cristiana. Una mujer de carne y hueso después de todo, capaz de los mayores sacrificios y los más altos sentimientos. Es aquí donde la historiadora y novelista Ángeles de Irisarri pone de relieve el auténtico retrato de una mujer y de una reina irrepetible en la Historia de España y universal, hablando de lo menudo de la Corte, de la vida cotidiana del siglo XV, de los tiempos difíciles a la par que gloriosos que se vivieron# Y de tres personajes más, asaz curiosos, que se cruzan a lo largo de la narración con doña Isabel, una reina como ninguna.