Más allá de su obligada brevedad y de su vocación por las honduras conceptuales, «los aforismos musculan una parte distinta de la anatomía del pensamiento». En ellos, Marzal arroja luz sobre la realidad mediante destellos de inteligencia y de poesía, pues son resultado de la reflexión, de la experiencia vital y de todo lo que en poesía no es cuestión de oficio. Allí donde la lógica no puede explicar nada, o donde la paradoja nos frena, el pensamiento aforístico arroja su verdad, sin más pretensiones que la de ser certera y lúcida: «Si no parece haber desentrañado un misterio, no es aforismo».