Escritos en un estilo exquisito y depurado, los relatos que conforman Los perros y Las aventuras singulares son dos magníficas propuestas eróticas en apariencia incompatibles, radicalmente distintas entre sí, pues ofrecen dos caras de un tema poco abordado por la literatura: el del deseo no colmado, que genera a su vez aún más deseo. Así, mientras en Los perros se describen escenas descarnadas destinadas a perdurar en la memoria del lector.
Las aventuras singulares es un conjunto de nueve cuentos donde el sexo, por más que esté en el origen de cada «aventura», aparece veladamente.
Tratándose de Hervé Guibert, el autor de Al amigo que no me salvó la vida (Andanzas 141 y Fábula 95) y de El protocolo compasivo (Andanzas 163), era de suponer que se aproximaría a la sexualidad desde un punto de vista homosexual, y con crudeza, sin miramientos. Esto es así en el caso de Los perros, una narración en la que el placer está íntimamente relacionado con el dolor y el sometimiento, y que halla su máxima expresión en la imagen que da título a la obra y que no es sino una metáfora: dos perros rivales ante el trozo de carne que les ofrece su amo.
Las aventuras singulares, en cambio, dan paso a la narración serena y contenida, e incluso a historias de relaciones no homosexuales. Las situaciones se suceden 02014;un beso a un desconocido, una estancia en un hospital durante la adolescencia, una correspondencia que no obtiene respuesta, una noche de insomnio, un paseo por la playa con un niño02014; hasta crear un cuadro en el que va perfilándose el protagonista, un ser de una sensibilidad a flor de piel que, mediante el recuerdo y la escritura, trata de superar el desamor y los desencuentros del pasado.