No vivimos una crisis financiera y económica pasajera, sino los efectos de un gran tsunami geopolítico y social en el mundo: el gran cambio. Es el final de una larga etapa de expansión de Occidente y una basculación de poder y riqueza a otras partes del mundo.
El liderazgo de los países emergentes y la irrupción de las nuevas tecnologías han convertido en obsoletos los modelos de negocio tradicionales.
Una superglobalización que, inesperadamente, se ha vuelto contra los países ricos que la promovieron. Los políticos trataron de preservar los Estados del bienestar mediante un nuevo esquema internacional de deudas que solo agravó las cosas. Una huida adelante. El relevo occidental era inevitable. La clase política devino una burocracia negligente y corrupta, forma de gobierno que bien puede desembocar en el final de los grandes partidos y en la transformación de los modelos de representación ciudadana.
Protagonizamos un periodo histórico de destrucción creativa. Entraremos en una nueva era que, tras destruir, abrirá también oportunidades a emprendedores y empresas.