Ahogada su personalidad en un anecdotario, tan falso como absurdo, que desfiguró desde su nombre y apellidos hasta los últimos momentos de su agonía. Fantasías que se tomaron por verdades y certezas despreciadas por contradecir la imagen creada a base de cuentos y chascarrillos. Sin duda, esa mixtificación fue, en parte, fomentada y propalada por él mismo. Fantasioso, decidor, conferenciante admirado, amante y preocupado padre de su prole, generalmente editor de sus obras buscando nuevos diseños del libro. Muy reservado y celoso guardián de su intimidad que en entrevistas miente sin recato sobre su vida y afanes personales. Católico aunque escasamente ortodoxo por su admiración al herético Miguel de Molinos.
Carlista y místico, consumidor de hachís, altamente sociable, buena parte de su vida transcurrió en tertulias; prolífico autor empecinado en innovar lenguaje y modos teatrales al margen de los gustos del público. «¿Cómo será la literatura del año 2000?» 02014;le preguntó un periodista en 193202014;. «No lo sé 02014;respondió02014;, si no ya la estaría haciendo». Permítanme presentarles a don Ramón del Valle-Inclán.