Los textos compilados proceden en su gran mayoría de libros ya publicados. El objetivo no era otro que evitar los clásicos encargos apresurados, los textos de deshecho o las versiones demasiado provisionales. Al preferir en este aspecto la calidad a la novedad, el núcleo de la antología está compuesto por los que, a mi juicio, son los mejores cuentos breves que han publicado sus respectivos autores. Aun así, en varios casos -y cuando la extensión de los textos lo permitía- se ha incluido también un inédito que complementa la muestra. Como medida de equilibrio, he procurado que la aportación de cada uno de los autores se acercase a las quince páginas, ya fuese por medio de uno o de más textos. Siempre que se pueda, conviene ahorrarle al lector el desconcierto de encontrarse con algunos relatos de extensión desmesurada, junto con microcuentos que, aislados, poco dicen de sus autores. También he procurado no repetir textos ya antologados en las principales recopilaciones de la última cuentística española.
Hemos intentado que este libro viniera a cubrir un espacio específico en lo referente al género y sus antologías. He aquí, desglosadas, las diferencias fundamentales de este volumen con respecto a otros:
a) Teniendo en cuenta las actuales reglas de juego del mercado, toda antología de cuentos es un acto militante a favor del género; en ésta, sin embargo, hemos querido darle un carácter más explícito a esa militancia a través del manifiesto inicial que la encabeza (y cuya firma era, por supuesto, voluntaria para los participantes). La intención era plasmar por escrito, y lo más al unísono posible, una serie de argumentos y perplejidades que suelen estar en boca de los cuentistas, de modo más o menos disperso. Por otra parte, como alguna vez se ha hecho, se incluye el complemento de una poética personal en la que cada autor reflexiona acerca de sus gustos, métodos, tradiciones y manías. Ante el indudable valor que esta clase de textos tiene para el lector curioso, suele objetarse razonablemente que un escritor nunca sabe a priori cómo escribe, ni por qué. Pero no es menos cierto que las poéticas -que, no nos engañemos, tanta pereza da escribir- son en realidad un producto posterior a la escritura: un recuento de gustos y problemas, un inventario de experiencias prácticas. No pretendíamos que los autores nos contaran qué pasa por su mente antes de escribir un relato, sino que nos revelasen qué han aprendido de su oficio tras haber escrito los suyos... En las antologías de poetas es norma incluir un texto en el que cada autor tantea una identidad estética: ¿juzgamos en cambio espontánea la escritura en prosa? Por último, en el apéndice sobre los autores se recoge una pequeña bibliografía personal del cuento, un repertorio teórico no académico, sino vivo y contemporáneo, a cargo de los propios cuentistas. Algo similar aunque no circunscrito a los autores seleccionados- sucedía en Son cuentos, cuya extensa bibliografía sigue siendo de gran interés.
b) El criterio cronológico es doble: por un lado, me he ceñido a los autores nacidos durante las décadas del 60 y del 70; por otro lado, sólo he tenido en cuenta los libros aparecidos durante el último decenio. El objeto de ello era asegurar la juventud de los autores y el carácter radicalmente contemporáneo de los textos. De esta manera, la media de edad de los autores resulta considerablemente más baja que en el resto de antologías, a excepción quizá de Páginas amarillas (que recogía a autores nacidos entre 1960 y 1971).
c) A diferencia de esta última, sin embargo, solamente se han tenido en cuenta a los autores que -novelistas o no- se dediquen al cuento con cierta asiduidad: el requisito mínimo es un libro de cuentos publicado, como sucedía en Los cuentos que cuentan o en Últimos narradores. Quedan por tanto excluidos aquellos narradores que hayan cultivado el género breve sólo de manera incidental. Considero que el criterio contrario ha venido resultando sumamente nocivo para el nivel literario de las antologías, y para la propia difusión del género.
d) A diferencia de los dos últimos trabajos mencionados y de la gran mayoría de antologías de cuentos, en la nómina de autores se da una convivencia entre nombres de sobra conocidos junto con otros de muy escasa difusión. No creo exagerar si arriesgo que, de los 30 autores aquí recogidos, el común de los lectores descubrirá al menos a una docena de nuevos cuentistas de sorprendente nivel. Como quedó apuntado al principio, lo único que une a todos estos relatos es, a mi modo de ver, la calidad de su escritura.
e) Me ha parecido ideológicamente más justo, y sobre todo literariamente más sensato, ampliar el concepto tradicional de nacionalidad que suele imperar en las recopilaciones (y que mi propia biografía me ha revelado como más que discutible). Por eso, al iniciar la búsqueda, decidí ampliar mi campo de lectura a aquellos autores que, nacidos en Latinoamérica, hubieran publicado al menos un libro de cuentos en España y llevasen años residiendo en el país, participando de su vida cultural y enriqueciéndola. De forma análoga, tuve también en cuenta a los autores que vienen escribiendo en otras lenguas del Estado y cuyos cuentos, por fortuna, han sido traducidos al castellano. (Al respecto cabe reseñar que, fiel a su costumbre, el narrador catalán Sergi Pàmies declinó amablemente participar en esta antología.)
f) Por último, he preferido imponer una cierta condición de brevedad (y equitatividad) como sesgo uniformador de la muestra. Lo que aquí ofrecemos es una antología de cuentos que, por no morir de inconsecuencia, está compuesta de piezas cortas.
Reiterar que toda antología es una injusticia -y probablemente así sea- constituye a estas alturas un ocioso lugar común; sin embargo, conviene no olvidar que cualquier buena antología de cuentos es también un acto de justicia con el género. No es una novedad que, en España, el cuento no se valora como debiera. Y no son pocos los críticos que aducen como principales razones la falta de calidad de sus artífices, o el bajo índice de dedicación al género. Al respecto, me gustaría replicar que, tras un año de trabajo, la conclusión no puede ser más opuesta a ambas conjeturas: el género del cuento se encuentra en un momento de gran vitalidad en cuanto al nivel de nuestros jóvenes autores se refiere, y ciertamente de eclosión si se atiende al número de cuentistas más o menos recientes que he tenido ocasión de leer (más de un centenar). Imagino que, de todos modos, siempre habrá quienes insistan en la debilidad del cuento español: este prejuicio, como cualquier otro, se ha transformado en un confortable hábito crítico. Por ello, me gustaría remitir a los más obstinados no sólo a los relatos de la presente antología, sino también a los libros de aquellos autores que no me ha sido posible incluir por falta de espacio: entre ellos, Luis G. Martín (Los oscuros), Nicolás Casariego (La noche de las dos mil estrellas), Vicente Gallego (Cuentos de un autor sin éxito), Luis García Jambrina (Oposiciones a la morgue y otros cuentos), Ignacio García Valiño (La caja de música y otros cuentos), Begoña Huertas (A tragos), Carlos Martínez Montesinos (Una bandada de mujeres muertas), Tino Pertierra (Los seres heridos), Anelio Rodríguez Concepción (Relación de seres imprescindibles), Pedro Ugarte (La isla de Komodo) o Juan Manuel Villalba (Un mundo secreto). Como se ve, haber cuentistas, haylos. 5- Y por último. No faltará, tal vez, quien cuestione mi doble condición de antólogo y antologado, esa discutible costumbre que inmortalizó Gerardo Diego. Para ser franco, entre seleccionar o ser seleccionado, personalmente habría preferido esto último. Sin embargo, deseábamos que fuera un escritor de cuentos -más que un crítico o un profesor- quien llevase a cabo la selección. Y pronto comprendimos que sólo un autor comprometido desde dentro con el proyecto -alguien a quien le fuera algo en ello- podría acometer con entusiasmo tan extenso encargo. Llegados a este punto, quedaban dos opciones: o bien presentar una antología fantasma, en la que uno o varios de los autores antologados se hicieran más o menos cargo de la selección desde la sombra, amparados por el editor; o bien ofrecer un responsable de los criterios de la antología, alguien que asumiera las inclusiones, las omisiones y el gusto personal de la misma. Confío en no haberme equivocado demasiado al escoger esta última alternativa. Y ojalá que los lectores, ahora, gocen leyendo tanto como yo. Al cuento, entonces.
Andrés Neuman, 2002