El encuadre psicoterapéutico de esta obra rebasa las categorías de conocimiento tradicionales y altera el rol del terapeuta, pues en lugar de encargarle curar a alguien que está enfermo, le asigna la tarea de comprender al otro, de ser el espejo de la expresión total de la vida del "cliente", convirtiéndolo a él en su asesor y a la relación terapéutica en "asesoramiento" o "consejo".
La dinámica de la modificación se centra, así, en el paciente mismo, eliminando toda actitud directiva por parte del terapeuta y negando la viabilidad de la fragmentación de la personalidad del asesorado en "parte enfermas" y "partes sanas". Como consecuencia, asesor y asesorado entran en una relación de búsqueda del sí mismo de cada uno y, en ese contexto interpersonal, desarrollan un diálogo -comprometido, emocionalmente intenso y de curso impredecible- en el que el cliente vive una maduración afectiva a través de sucesivos insights que rescatan e integran la totalidad de su experiencia vivida y le permiten "convertirse" en persona.