Una mañana de abril de 2012, Chen Guangcheng emprendió la huida. Llevaba cuatro años de prisión y dos de arresto domiciliario por actuar como «abogado descalzo» —letrado sin título— defendiendo los derechos de los más desfavorecidos. Tardó casi un día entero en salir de su aldea: ciego desde la infancia, Chen había tenido que memorizar el recorrido de su fuga, a través de muros y patios del vecindario, para no tropezar con los guardias que rodeaban su casa, que en realidad ocupaban todo el pueblo para vigilarle. Días después, y tras una persecución en coche, consiguió llegar a la embajada estadounidense en Pekín. Aunque allí empezaría otra batalla que iba a pelearse al más alto nivel.
Esta es la historia de un hombre que se rebeló contra el destino que le esperaba como invidente en la China rural de los ochenta, a quien nadie enseñó a leer y escribir hasta los dieciocho años, que llegó a la universidad a costa de no comer para pagar la matrícula y que desde el principio tuvo claro que debería luchar para ganarse sus derechos más básicos como ciudadano. Es la historia de un activista inusual que nunca aceptó que le pusieran límites y siempre creyó en la capacidad del espíritu humano de superar cualquier obstáculo.