Desde la pitada al Rey en la inauguración del Estadio Olímpico en 1988, poco a poco el nacionalismo ejecutó su programa para ocupar todos los espacios económicos y sociales hasta conseguir su objetivo final: la independencia.
Frente a esto, millones de catalanes no nacionalistas permanecieron en silencio, porque aquel que no se adaptaba era condenado al ostracismo y porque aquellos que se atrevían a levantar la voz eran señalados y tachados de fascistas y de traidores a la patria.
De este modo, la ostentación del poder y la capacidad de influencia social derivada del ejercicio del poder perenne por parte del nacionalismo llevó a la sociedad catalana no nacionalista al silencio como forma de supervivencia. Un silencio que puede interpretarse como cómplice pero que, en realidad, es el resultado de no tener nada a lo que agarrarse para resistir a una ola incontenible generada desde el poder.
Este libro cuenta la historia de una cesión constante hasta una reacción imprevista, imprevista tanto por aquellos que creían ser parte de «un sol poble» como por los que siempre vieron las tímidas, pero cada vez más crecientes, protestas ante las evidencias de los atropellos nacionalistas, como una osadía inaceptable.