¿Qué hace un negro sin pasaporte tratando de entrar a Noruega? Es lo que le preguntaron al músico angoleño Kalaf Epalanga cuando de camino a un importante festival de música la policía lo detuvo y lo llevó al calabozo.
El miedo siempre nos conduce a casa, así que en la soledad de la celda, nuestro protagonista y autor decide explicarle a esos oficiales altísimos y rubísimos que el corazón de África es también el corazón de Europa y que el ritmo melifluo de la kizomba tiene las mismas pulsaciones que las de un enamorado. Entonces la historia se abre en dos y conocemos a nuevos personajes: Sofía y Quito, que bailan y sudan por las calles de Lisboa; y Viking y Ava, un noruego y una libanesa que buscan aceptación bajo el cielo oscuro de Oslo.
También los blancos saben bailar es una novela musical porque se lee y se bambolea y habla sobre aquello que nos une. A ratos lección amarga de la historia de los oprimidos, a veces cruce de sensualidad y ternura entre personajes tan, pero tan distintos que no pueden hacer otra cosa que enamorarse.