Revolución, ciencia ficción, alienígenas, experimentos científicos y arte proletario: los Wu Ming se adentran en el universo soviético.
En 1907, en Tiflis, Georgia, un revolucionario bolchevique llamado Leonid Voloch asalta un carruaje postal protegido por cosacos y huye en un tren con la ayuda de un camarada georgiano. Saltan del tren en marcha y el georgiano lo conduce a través de un bosque hasta una extraña esfera transparente, de no menos de ocho metros de altura y con varias presencias en su interior, que se abre para recibirlos. En ese momento el georgiano se desabrocha el cuello de la casaca, desliza los dedos de ambas manos y se quita la máscara que hacía la función de cara, incluidos el pelo oscuro y el bigote. Asoma entonces un ser alienígena de facciones vagamente humanas...
Muchos años después, la supuesta hija de Leonid, que es además una supuesta alienígena, busca a su padre para llevarlo de regreso al planeta Nacun. Para ello visita en el Moscú ya revolucionario a Alexandr Bodgánov, un personaje real que parece salido de una novela: médico, economista, filósofo, fundador e ideólogo del movimiento artístico proletario llamado Proletkult, escritor de ciencia ficción y director de un centro de transfusiones pionero en la curación de enfermedades nerviosas (y acaso en la búsqueda de la eterna juventud). Y así, en este pastiche de realismo socialista y ciencia ficción (también socialista), aparecen revolucionarios exiliados en Capri, policías secretos, civilizaciones interplanetarias organizadas en perfectas sociedades comunistas, El capital y un hito de la ciencia ficción socialista titulado —cómo no— Estrella roja, Lenin y Stalin...
Y, con todos estos elementos, el colectivo Wu Ming crea un endiablado y apetitoso artefacto literario que juega con los géneros y explora la relación entre delirios revolucionarios y mentales; entre locuras humanas y políticas; entre ensoñaciones, ideales y fantasías (políticas y literarias); entre realidad y ficción.