Richard Sorge fue un hombre con dos patrias. Hijo de padre alemán y de madre rusa nacido en Bakú en 1895, se movió en un mundo de alianzas inestables e infinitas posibilidades. Sorge pertenecía a aquella generación indignada y decepcionada que encontró nuevas y radicales ideas tras su experiencia en los campos de batalla de la primera guerra mundial; se convirtió en un fanático del comunismo y en el mejor espía de la Unión Soviética.
Como muchos buenos espías, Sorge fue un seductor incansable, combinando su encanto con un despiadado poder de manipulación. Gracias a su magnetismo consiguió sobrevivir en todos los ambientes, conquistar a todas las mujeres y trabar amistad con todas las grandes personalidades con las que se cruzó. Como corresponsal extranjero se internó y tuvo influencia en las más altas esferas de las sociedades alemana, china y japonesa en los años previos y durante la segunda guerra mundial. Su historia personal resulta fascinante por la cantidad de escenarios donde sucede (desde la Rusia revolucionaria hasta el Japón imperial, pasando por las trincheras alemanas de la primera guerra mundial al ascenso nazi o los Estados Unidos prebélicos y la China sacudida por la guerra civil). Se convirtió en un valor incalculable para nazis, japoneses y rusos, y desde la otra punta del mundo será él quien advierta de la Operación Barbarroja y las intenciones japonesas de no invadir Siberia en 1941, que resultó fundamental para la contraofensiva soviética en la Batalla de Moscú, y que a su vez determinó el resultado de la guerra.