«Con mucha humildad —escribe Neruda—, hice estos sonetos de madera, les di el sonido de esta opaca y pura substancia». La desnudez que elige aquí el autor rehúye deliberadamente las pautas sonoras y constructivas del soneto clásico. A través de este despojamiento voluntario la palabra palpita y se libera de la imagen.
En los Cien sonetos de amor Neruda habla para Matilde Urrutia. Estos versos definen lo que su mujer significaba para él. Sin embargo, el amor al que los Cien sonetos rinden homenaje es para el poeta no sólo el cuerpo amado —su faz tangible— sino también la vía de acceso que permite a la conciencia individual reconocerse en el ser del mundo.