No hay lugar más universal que el más pequeño de los pueblos.
Lea tiene 19 años, un ardor en la tripa y una vida entera en un pueblo con cuatro calles, una iglesia, un ultramarinos y un bosque que nunca ha cruzado. Sentada a la sombra, ve aparecer un señor que ha perdido a su perro y, en lo que dura un cigarrillo con hierba, le cuenta por qué ayer se acabó el mundo.
Lea tiene una hermana con la cabeza hueca, una madre que también se llama Lea y un padre que solo sabe de trabajo en el campo. Tiene a Javier, que no sabe hablar de amor, a Catalina, su mejor amiga, que llora, llora y llora, y tiene a Marco, que le deja regalos en el felpudo de su casa. Lea tiene ojos de campo y desconfía de los forasteros. Lea no sabe de otras cosas, pero de lo que sí sabe, sirve en todas partes.
Yo no sé de otras cosas es la historia de alguien que quiere conocerlo todo, vivirlo todo, amarlo todo, a pesar de que todos crean que el mundo se acaba. En su segunda novela, Elisa Levi ha asimilado con maestría la lección de los grandes escritores: no hay lugar más universal que el más pequeño de los pueblos.