Baldinger, a partir de una formación enmarcable en la semántica tradicional, se esfuerza por reconvertir la disciplina, para que se ajuste a la nueva lingüística estructuralista de sesgo saussureano. Para ello parte de una concepción del signo similar a la que refleja el esquema triangular de Ullmann, con una perspectiva metodológica que justifica su investigación en el doble sentido: desde el significante al significado, dimensión semasiológica, y desde el significado al significante, dimensión onomasiológica. Si en el espacio de la semasiología, que ha sido siempre tenido en cuenta tradicionalmente, no existen prevenciones iniciales, en el de la onomasiología, que ha de partir de los conceptos en la búsqueda de los respectivos significantes, existen dificultades, pues no todos los lingüistas aceptan la existencia independiente de los conceptos, sin condicionamiento por parte de la lengua. Para superar estos inconvenientes Baldinger sustituye el término concepto por el de objeto mental. Esta sustitución terminológica no es suficiente y por ello su alumno y amigo K. Heger participa en el debate con la solución trapezoidal del signo, que permite hacer la transición desde el objeto al concepto y desde este al significado a través del semema. En la actualidad, se refuerza la propuesta de K. Baldinger por medio del análisis del comportamiento neurolingüístico de nuestro cerebro.
En el campo de la lexicografía y de la etimología su esfuerzo por la modernización de las disciplinas es encomiable, porque no acepta la separación entre los diccionarios históricos y los etimológicos, aunque sus objetivos difieran, pues la etimología no es solo origen, sino historia de las palabras. Al margen de su consideración inicialmente positiva del inmanentismo lingüístico, da entrada en los diccionarios al conocimiento enciclopédico, que supone una proyección contextual con ciertos matices pragmáticos.