En uno de los poemas de su anterior entrega, Tono menor, Antonio Cáceres apuntaba a la sencillez y la claridad de la expresión como vocación estética de su poesía. Sin perder la manera contenida que le es propia, buena parte de los poemas de La luz más quieta –distribuidos en tres secciones: la que titula el libro, "La lechuza de Minerva" y "Luna pensativa"– se revelan a partir de un estado de vigilia ensoñada que oscurece su significación inmediata. Anuncian esta incursión los dos versos que, a modo de portadilla, abren el poemario: "Adentro la letra, adentro, / la que se dice en el sueño". Del sueño o la vigilia semiinconsciente parecen provenir algunos poemas en los que se desdibuja la línea tenue de la conciencia. Cuando llega a borrarse, hasta el ejercicio de la escritura automática –caso del poema final, un homenaje a Góngora y a su Tercera Soledad, nunca escrita–, surge un contrapunto de estilo que, sin llegar a ser hermético, se vuelve menos evidente para el lector. Otros poemas ensayan la canción y la elegía, presentes en toda la obra de Cáceres, junto a composiciones más narrativas o de inspiración culturalista. A la diversidad de temas y tonos se ajusta también la variedad métrica de una poesía que se inclina con naturalidad al registro menor de la conversación y de la confidencia. A través de su experiencia y la de los otros, el autor traza una biografía sentimental de la que con frecuencia el poema es un correlato objetivo.