Florent-Claude Labrouste tiene cuarenta y seis años, detesta su nombre y se medica con Captorix, un antidepresivo que tiene tres efectos adversos: náuseas, desaparición de la libido e impotencia.
Su periplo arranca en Almería, sigue por las calles de París y después por Normandía, donde los agricultores están en pie de guerra. Francia se hunde, la Unión Europea se hunde, la vida sin rumbo de Florent-Claude se hunde. El amor es una entelequia. El sexo es una catástrofe. La cultura no es una tabla de salvación.
Florent-Claude descubre unos escabrosos vídeos pornográficos en los que aparece su novia japonesa, deja el trabajo y se va a vivir a un hotel. Deambula por la ciudad, visita bares, restaurantes y supermercados. Filosofa y despotrica. También repasa sus relaciones amorosas, marcadas siempre por el desastre, en ocasiones cómico y en otras patético. Se reencuentra con un viejo amigo, cuya vida parecía perfecta pero ya no lo es porque su mujer le ha abandonado por un pianista inglés y se ha llevado a sus dos hijas. Y ese amigo le enseña a manejar un fusil...
Nihilista lúcido, Michel Houellebecq construye un personaje y narrador desarraigado, obsesivo y autodestructivo, que escruta su propia vida y el mundo que le rodea con un humor áspero y una virulencia desgarradora. Serotonina demuestra que su autor sigue siendo un cronista despiadado de la decadencia de Occidente, un escritor indómito, incómodo y totalmente imprescindible.