Religión y espiritualidad son dos cosas diferentes. Los ateos también tienen espíritu. Entonces ¿por qué se interesan menos que los demás por la vida espiritual?
Hay que pensar una espiritualidad laica: una espiritualidad sin Dios, sin dogmas, sin Iglesia. Y ello supone que debemos responder a tres preguntas, que son objeto de este libro: ¿se puede vivir sin religión? ¿Dios existe? ¿Qué tipo de espiritualidad necesitan los ateos?
Este desafío –frente al «retorno de lo religioso» y al «choque de civilizaciones»- se ha convertido en decisivo. La espiritualidad es algo demasiado importante como para abandonarlo en manos de integristas. El laicismo, un bien demasiado precioso como para confundirlo con el odio antirreligioso. Más bien debe ser al contrario: un amor que exija libertad, para sí y para los demás.
Asimismo, conviene combatir en dos frentes: contra el fanatismo y contra el nihilismo.
El siglo XXI será espiritual y laico o no será.