Frédéric Lenoir relata aquí el destino paradójico del cristianismo y nos invita a releer los Evangelios desde una perspectiva radicalmente nueva.
La democracia y los derechos humanos tienen su origen en Occidente y no en India, China o el Imperio Otomano. El motivo es que Occidente se apoya en la tradición cristiana cuya base no es solamente religiosa sino ética y filosófica.
El mensaje de los Evangelios se fundamenta en la fe en Dios, pero Cristo enseña también una ética de alcance universal: dignidad igualitaria, justicia y distribución de los recursos, no violencia, emancipación del individuo respecto del grupo y de la mujer respecto del hombre, libertad de elección, separación de la política y la religión, fraternidad humana.
En el siglo iv, cuando el cristianismo se convierte en religión oficial del imperio romano y la sabiduría de Cristo se ve en gran parte eclipsada por el poder eclesiástico. Renace mil años después, cuando los pensadores del Renacimiento y de la Ilustración se inspiran en la «filosofía de Cristo», según la expresión de Erasmo, para liberar las sociedades europeas del poder opresivo de la Iglesia y fundar el humanismo moderno.