Julio Ramón Ribeyro nació en Perú en agosto de 1929 en un hogar de típica clase media limeña. Inútil señalar al lector el estupor de esta familia cuando descubrió que Ribeyro no sólo prefería los estudios universitarios de Letras a los más honrosos de Derecho, sino que, además, empezaba a escribir cuentos, tenía el descaro de querer ser escritor y de juntarse con otros réprobos como él. Y, como buen 0201C;réprobo0201D;, entró en el círculo mágico de aquellos que publican sus primeros escritos en ediciones cuya tirada ridícula casi toda se regala y que a la casa paterna prefieren el bar. Del mundo literario limeño, en el que empezaba a ser 0201C;alguien0201D;, y quizá como temiéndolo, se marchó a Europa en 1952 donde vivió en España, Francia, Alemania y Bélgica. En 1960, se establece en París como periodista en la Agencia France-Presse hasta 1971, año en que entra a trabajar como Consejero Cultural del Perú en la Unesco. Desde el bohemio hasta el hombre casado y padre de familia, todo, casi todo, en la vida de Julio Ramón Ribeyro ha ocurrido como tratando de destruir al escritor que hay en él y nada, sin embargo, ha logrado destruirlo: su silenciosa terquedad creador ha alcanzado, absurdamente, el fruto que le estaba estrictamente prohibido, la Obra. Lentamente, casi a pesar suyo, ésta ha ido cobrando volumen, peso. Hoy, sus cuentos están reunidos, en Perú, en tres extensos volúmenes de los cuales se publicó, en España, una selección con el título de Juventud en la otra ribera (Argos Vergara, 1982); dos de sus tres novelas, Crónica de San Gabriel y Los geniecillos dominicales, están publicadas por Tusquets en su colección 0201C;Andanzas0201D;; y estas Prosas apátridas, que aparecieron en esta colección en 1975, vuelven a la luz, aumentadas y, al parecer del autor, finalmente completas, con 111 prosas más.
¿Qué son estas Prosas apátridas? ¿Son apuntes sueltos, páginas de un diario íntimo, una filosofía de bolsillo? Posiblemente son todo eso y más; pero sobre todo son un autorretrato espiritual, la esencia que una experiencia literaria filtra de su fidelidad a la vida. Varios motivos centrales evitan la dispersión de la miscelánea. Estos motivos son: la literatura, el sexo, los hijos y la vida doméstica, la vejez y la muerte, la historia, la calle como espectáculo y la ventana como observatorio de la existencia.