La noche del 9 de noviembre de 1989, un grupo de corresponsales extranjeros, tras una opípara cena en un restaurante de Berlín Oriental después de haber derrumbado, sobre el papel, el muro que separaba las dos mitades de la vieja capital prusiana, comprobó con sus propios ojos como la noticia que ha...
La noche del 9 de noviembre de 1989, un grupo de corresponsales extranjeros, tras una opípara cena en un restaurante de Berlín Oriental después de haber derrumbado, sobre el papel, el muro que separaba las dos mitades de la vieja capital prusiana, comprobó con sus propios ojos como la noticia que habían transmitido a sus periódicos un par de horas antes se convertía en realidad. El eco mediático de las declaraciones confusas que un miembro del tambaleante régimen de la República Democrática Alemana había lanzado al final de una conferencia de prensa, llegó inmediatamente, de rebote, a sus cautivos súbditos que lo único que querían era pasar al otro lado, al soñado paraíso consumista que anhelaban. Se presentaron en los pasos fronterizos diciendo que habían visto en la televisión que se podía pasar. Y pasaron sin que aún se sepa a ciencia cierta quién dio la orden. Aquel día acabó el siglo XX, ya que en las semanas siguientes se volatilizó el mundo bipolar surgido de la Segunda Guerra Mundial, que parecía instalado para siempre. Ahora se cumplen diez años de dicha fecha clave que determinó el final de este breve siglo, iniciado en 1914 con la Gran Guerra. J.M. Martí Font entonces corresponsal de El País en Bonn, siguió desde su inicio los acontecimientos que a lo largo de aquel año precedieron el gran momento. Su destino inicial era otro, Moscú, para el que se había estado preparando viajando por la Unión Soviética, en el convencimiento de que la «gran historia» tenía que producirse en el corazón del Imperio. Pero tuvo suerte. La historia se aceleró, Alemania se unificó a velocidad de vértigo. Apostado en primera fila, intentó transmitir a sus lectores lo que se podía asir de aquella vorágine. Sin tiempo para reflexionar, siguiendo sólo el instinto del periodista en medio del caos. Ahora aquellas impresiones se han sedimentado y han conformado un relato con una perspectiva que no permite el periodismo inmediato. El autor ha podido también recordar momentos singulares, anécdotas significativas y preguntas sin respuesta que se hizo en medio del fragor de los acontecimientos y que no pudo incluir en sus crónicas.
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