"Ésta no es una historia de la India. Casi todo lo que sabía de ese país cuando me embarqué era lo que recordaba de mi época de colegial: que había habido un motín, por ejemplo, y que parecía un cuerno invertido en el mapa, rosado porque nosotros lo gobernábamos. Lo que equivale a decir que mi conoc...
"Ésta no es una historia de la India. Casi todo lo que sabía de ese país cuando me embarqué era lo que recordaba de mi época de colegial: que había habido un motín, por ejemplo, y que parecía un cuerno invertido en el mapa, rosado porque nosotros lo gobernábamos. Lo que equivale a decir que mi conocimiento no era exhaustivo; no es exhaustivo ahora. En esa tierra confusa, me han dicho (pues no tuve la oportunidad de viajar lejos o mucho), no hay uniformidad; las distinciones raciales, religiosas y de casta han separado a un hombre de otro, y el idioma, la indumentaria, las costumbres y supersticiones varían de un lugar a otro. Este diario, entonces, que se desarrolló día a día a partir de una ignorancia casi completa, y por la veracidad de cuyos hechos, dado que dependo sólo de mi memoria, no puedo dar garan tías, este diario, entonces, trata exclusivamente del pequeño estado hindú de Chhokrapur (nombre que sería ocioso buscar en el mapa, porque acabo de inventarlo); y no pretende haber sido exhaustivo ni siquiera en eso. "
EN 1921, E. M. Forster a su regreso de su segundo viaje a la India le sugirió a su amigo Joe Ackerley que se postulara para el puesto de secretario del Maharajah de Chhatarpur. Ackerley, de veintiséis años, salía de Cambridge, no tenía empleo, llamaba la atención por su extraordinaria belleza física, y compartía los gustos homosexuales del extravagante soberano, que en realidad no pedía más que un interlocutor y acompañante. El diario que el lector tiene en sus manos narra sus cinco meses de "vacación hindú", que se publicó diez años después, en 1932. Ackerley nunca volvió a la India. El libro, muy leído y elogiado, cimentó su reputación. En su momento, una de las reseñas más entusiastas fue la de Evelyn Waugh, a quien se sumaron Cyril Connolly, L. P. Hartley, entre otros. El Agha Khan llamó "Hindoo Holiday" a uno de sus caballos (Ackerley se sintió obligado a apostar por él en todas sus apariciones, y tuvo motivos para lamentarlo, porque el animal nunca ganó una carrera). La traducción al francés fue promovida por André Gide, y se lo leyó mucho, y con simpatía, en la India. Una edición hecha en ese país en la década de 1970 lleva una introducción del historiador indio Saros Cowasjee, que lo elogia como "el único libro sobre la India escrito por un inglés en el que no resalta durante la lectura la nacionalidad del autor". Esa virtud de quien fue llamado "un artista de la comprensión" ya la había notado Forster, que usó ampliamente las cartas de Ackerley para la redacción de (1924). El que no llegó a leerlo fue el Maharajah, que murió en 1935, apenas aparecido el libro.
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