La euforia perpetua rastrea la extraña transformación que ha sufrido la idea de felicidad. Si en la antigua Grecia la eudaimonia tenía que ver ante todo con la negatividad (la ausencia de dolor, el trabajado dominio de sí y la superación de las pasiones) y para el cristianismo fue siempre un asunto del más allá, Bruckner se pregunta cómo semejante concepción ha podido degenerar en la trivialidad contemporánea que nos presenta, pongamos por caso, la publicidad o ese budismo difuso de tan buena fama. En efecto, desde la Revolución francesa en adelante, y más aún desde el Mayo del 68, se ha difundido una suerte de compulsión casi enfermiza por la felicidad a cualquier precio, hasta el punto de que empieza a surgir una nueva clase de marginación: la de los que sufren. Sensible como pocos a las nuevas patologías sociales, Bruckner no sólo hace un repaso a la reciente historia cultural europea, sino que desmenuza valientemente los lugares comunes del hombre moderno. Contra el deber de ser feliz, he aquí una apología de la vieja idea de la dicha de saber vivir.