De igual modo que seguimos debatiendo hoy en día acerca del ser íntimo de España, sucede que también subsisten unos interrogantes acerca de sus fronteras por existir vivos tres contenciosos que, con muy distinta intensidad, ponen en tela de juicio su definitiva delimitación. Esas parcelas litigiosas...
De igual modo que seguimos debatiendo hoy en día acerca del ser íntimo de España, sucede que también subsisten unos interrogantes acerca de sus fronteras por existir vivos tres contenciosos que, con muy distinta intensidad, ponen en tela de juicio su definitiva delimitación. Esas parcelas litigiosas se llaman Ceuta, Melilla, Olivenza y Gibraltar. Herencia de una pasado más o menos remoto y situadas todas ellas en la periferia, las tres son objeto de reivindicación bien por un país vecino bien por los propios españoles. Cuestiones de gran actualidad, la colonia británica en suelo español y las plazas de soberanía en suelo marroquí -que la Historia conforta pero que la Geografía desmiente- son obstáculos insalvables para una auténtica normalización de las relaciones de Madrid con Londres y con Rabat. Más solapada, la reivindicación portuguesa de Olivenza está siempre ahí; herida que el tiempo no ha cicatrizado. El repertorio jurídico de unos y otros en defensa de sus respectivas posturas se ha agotado. No hay lugar ya a exhumar viejos títulos de tiempos pasados que, por lo demás, no encuentran eco alguno en la opinión pública internacional. Sólo caben soluciones políticas a unos problemas seculares en los que España hace el papel de denominador común, por mucho que se empeñe en ignorar la cuestión de Olivenza, menor desde luego, y en desconocer incluso la existencia de un litigio sobre Ceuta y Melilla, al tiempo que agita periódicamente su reivindicación sobre Gibraltar. Soluciones políticas que aborden decididamente estos pleitos, en particular los dos últimos, para lo cual Madrid debe dar el primer paso. Ofrecer a Lisboa una fórmula que también reconozca la evidente lusitanidad de Olivenza. Romper el círculo vicioso de la inacción e iniciar la reflexión con Rabat para, con las garantías necesarias, proceder en su momento a la retrocesión de las dos ciudades -y antes los peñones- a Marruecos. No basta con pasar pagina. Solo así, cargada de razón moral, con el aplauso y el respaldo de la Comunidad de Naciones, sin poder ser acusada de hipocresía y de jugar a dos paños, podrá España acometer la recuperación de Gibraltar. Este libro no pretende hacer pedagogía y mucho menos convencer en materia tan polémica y emocional. Tan sólo ilustrar sobre el punto de vista del otro y, si es posible, dar una oportunidad a la reflexión.
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