«Tuve hambre y frío, sentí que ningún fuego, ningún abrazo me calentarían, pero sé que si un solo hombre lucha y no se deja morir, la vida vale la pena.» Éste era un hombre que nació en un pueblo del sur de México. Nunca hubiera salido de él, pero un día el tren pasó frente a sus ojos y en el ruido de esa máquina escuchó el relato de su vida; supo el porqué de la indomable ansia de saber que lo empujaba siempre más allá de sus límites. Y en efecto, a Trinidad Pineda Chiñas, el personaje central de esta novela, el tren lo llevó a todo: a lugares que nunca imaginó, a incontables saberes, oficios, personas, posibilidades, y sobre todo al instante en que habló a sus compañeros ferrocarrileros con tal ardor y convicción que los convirtió en vanguardia de la lucha de los trabajadores. Y pusieron de cabeza al país y al régimen. El tren es la vida. Pero si ser ferrocarrilero es asunto de hombres, ninguno de ellos es nada sin las mujeres. Madres, esposas, maestras, amantes, rieleras, transitan por estas páginas con poderosa presencia, con la fuerza inabarcable que late dentro de cada una. Son lo que los hombres no alcanzan a ser, o ni siquiera imaginan.