Pocos saben que los «padrinos» de la «Honorable Sociedad» preparan los menús de sus ágapes con el mismo cuidado y esmero que sus crímenes. La expresión cucinare il delitto («cocinar el delito») da una idea de la importancia que la Mafia otorga a la gastronomía: ya desde sus comienzos, esta organización se ha reunido en torno a la mesa con objeto de festejar aniversarios y éxitos, urdir nuevas estrategias... o poner fin a las actividades y los días de algún miembro de la Familia. Y la comida constituye una liturgia, un ritual en el que cada detalle está perfectamente planeado.
En La Mafia se sienta a la mesa se describen las comidas, cenas o banquetes que, por su importancia histórica o legendaria, por su originalidad o su cariz burlesco, ocupan un lugar preeminente en la gastronomía mafiosa desde 1738, año en que se fundó esa sociedad. Pues la Mafia organiza ágapes tanto para preparar el desembarco de Garibaldi en Marsala en 1860 como para distribuir el tráfico de caballos durante la primera guerra mundial, o para celebrar 02014;en un famoso festín de quinientos cubiertos02014; la «toma» del Bronx por Maranzano. Así, los nombres de Mussolini, Roosevelt, Churchill o del general Dalla Chiesa se mezclan, entre bocado y bocado, con los de don Vito, Calogero Vizzini, Genco Russo, Lucky Luciano o el último emperador, el abogado mafioso Vito G.
Los gourmets verán satisfecha su curiosidad, ya que se ofrecen los menús, los vinos y las recetas de las comidas mafiosas más relevantes. Varias de estas recetas fueron inventadas por los más famosos caciques y jefes de «familia», cuyo prestigio, según se dice, debe más a su talento culinario que a su forma de manejar la metralleta.